Ultimamente estoy viendo algunas clasificaciones de «adictos» a los medios sociales como la que hizo Mashable que puedes ver traducida. Tener años te ayuda a disponer de una mayor perspectiva de algunas cosas. Llevo en esto del mundo digital desde 1995 y hay situaciones que son recurrentes. Una de ellas es la adicción a lo que llamo cariñosamente «el gurú gruñón», que no aparece propiamente dicho en esta clasificación.
Como pasa con la gran mayoría de temas que son debatidos una y otra vez en las redes sociales, también el gurú gruñón es algo que no es propio del mundo del social media sino que viene de atrás, de muy atrás. Y si no estás de acuerdo no tienes mas que echar mano de la hemeroteca (por cierto, que esta materia sí que debería ser una asignatura obligatoria en cualquier escuela) y buscar, por ejemplo, «Carlos Pumares«. Otro ejemplo son esos amigos que todos conocemos y que están enganchados a Intereconomía por las burradas que escuchan.
Pero, ¿en qué consiste esta adicción? Simplemente se trata de dar importancia a una persona cuyo valor inicial es una ironía crítica que suele enganchar y hacer gracia. Poco a poco, el gruñón se va convirtiendo en personaje llevando al extremo una tendencia a criticar todo, a estar siempre de mala leche, a ver siempre «lo oculto» aunque no exista. Lo curioso del fenómeno es que cuantas más personas le siguen el juego más cae en la tentación de creerse importante.
El gurú gruñón no es mas que la evolución del típico gruñón que todos «disfrutamos» en nuestras familias. Esas personas con las que nadie se mete y a las que todo se les pasa por alto porque «como son un poco raros lo mejor es no tentar a la bicha». Y la verdad es que nadie sabe por qué se respetan muchas de sus acciones pero, por lo que sea, siempre se hace. El problema es que los medios y redes sociales les dan un mayor protagonismo. Y el mayor problema es que ellos mismos acaban por creerse «superiores» y el personaje acaba comiéndose a la persona.
Tengo que confesar que mirando hacia atrás ha habido momentos en los que me he comportado como un gurú gruñón. Y, curiosamente, ese comportamiento siempre se ha reflejado en un aumento inhabitual de mi comunidad. El tema es que para ser gurú gruñón no vale cualquiera. Yo me siento incapaz de mantener ese estado de permanente mala leche.
Pero lo realmente triste es que en este mundo tan dado al autobombo y a creernos el centro del universo, este tipo de personaje acaba por tener una gran cifra de seguidores que le hacen creerse el centro del universo. Y eso acaba por matar la visibilidad de la persona, que en muchos casos tiene un discurso realmente interesante, para aumentar el monstruo del personaje, lo que es una verdadera pena.