People, gente, personas, crowd,… vivimos rodeados de eslóganes en los que se pone a las personas en primer lugar. Algo que me recuerda a muchos de los anuncios creados como herramientas publicitarias para matar moscas a cañonazos. Algo así como «Todo por y para las personas. Pero sin personas«.
A muchos se les llena la boca de hablar de personas. Pero luego es lo primero que olvidan. Sin darse cuenta que no habrá tecnología sin usuarios, que no hay economía colaborativa sin personas.
Por eso, sigo reivindicando la máxima de que lo importante no es lo que hagas sino con quién lo haces. Un aprendizaje que muchas startups aprenden de la forma más cruel.
Sin embargo, siempre hay un pero. En los últimos días he tenido varias conversaciones en las que personas inteligentes defendían valorar la actitud por encima de los conocimientos a la hora de contratar personas. O de asociarte.
Y en eso no estoy tan de acuerdo. Para mí, la actitud debe venir de serie. Si no hay actitud, no hay nada que hacer. Pero eso no es óbice para poner en valor los conocimientos, tanto los adquiridos como la capacidad de adquirir nuevos. O de desaprender lo aprendido. Algo que, a mi entender, es lo que marca la diferencia. Sin esa habilidad es muy difícil llegar tampoco a ningún lugar.
Escrito mientras escuchaba a Tracey Chapman en Spotify: