Llevo años sin hacer vacaciones en agosto. Y lo hago de manera consciente. Agosto es, de largo, el mes más productivo para mí. Gracias al trabajo en este mes el último cuatrimestre suele ser bastante exitoso a todos los niveles.
Lo curioso es que todas las personas con las que lo hablo opinan lo mismo. Y aquí llega mi reflexión. Si todos estamos de acuerdo en que somos es más productivos en agosto, ¿por qué no hacemos que todos los meses sean agosto?
Algunos dirán que la pregunta tiene trampa. Probablemente una gran parte de la razón de este incremento de productividad se encuentra en que, como hay menos personas trabajando, toda actividad se ralentiza y, por tanto, las habituales interrupciones, desde llamadas telefónicas o e-mails no necesarios hasta las odiadas reuniones tienden a desaparecer.
Es cierto que, como se puede observar en esta infografía de Atlassian, éstas son algunas de las principales razones de la pérdida de tiempo en el trabajo… curioso que lo sepamos pero no logremos darle solución. ¿Será porque sólo pensamos en soluciones tecnológicas o parciales y no en aplicar la solución más sencilla, ir a la raíz? Por cierto, de ésto sabe un rato Berto Pena.
Sin embargo, creo que donde está realmente el elemento diferenciador es que agosto es el mes en el que nos permitimos aquellas cosas que no hacemos habitualmente. Nos permitimos tomarnos las cosas con mayor relajación, darle el tiempo que necesita para que una idea madure, salir a pasear, mirar las estrellas, hablar con personas con las que no solemos compartir el día a día, verbalizar nuestros sentimientos o, como dice mi amigo Juanjo Brizuela, nos permitimos dedicarle más tiempo a pensar. O como dice earroniz, dedicamos más tiempo a obserBAR, un concepto que me ha cautivado nada más leerlo.
La pregunta es: ¿por qué no hacemos eso en el día a día de otros meses? Si sabemos que una de las mejores maneras de dar con la solución a un problema es, por ejemplo, coger el coche, poner la radio a tope y dejar que fluyan los pensamientos, ¿por qué nos obcecamos en meter horas y horas en una oficina o delante de una pantalla esperando que aparezca el duendecillo con la respuesta?… ¿Probablemente porque somos animales de costumbres y es lo que nos han enseñado desde pequeños? El asunto es que el mundo en el que vivimos ha cambiado (está cambiando… de hecho, siempre está cambiando) y ya no valen las soluciones tayloristas que eran fundamentales hace un siglo.
El problema es que confundimos, de nuevo, cantidad con calidad. No es lo mismo trabajar más que trabajar mejor. De hecho, si trabajas mejor seguro que acabas trabajando más, en el sentido de más productividad. Pero si trabajas más, en el mundo en el que nos ha tocado vivir, eso no es sinónimo de trabajar mejor… muchas veces el efecto que se consigue es el contrario.
Por tanto, ¿no deberíamos incluir y fomentar variables hasta ahora penalizadas en nuestra actividad laboral? Me viene a la cabeza, por ejemplo, el concepto de trabacaciones del que habla a menudo Julen Iturbe. O, incluso, la semana laboral de 4 horas que defendía Tim Ferriss.
¿Te atreves a crear una lista de ideas para lograr convertir todos los meses en agosto? ¿Hay algo que te funciona y lo has llevado a la práctica?